De la educación en la mexicanidad

«La libertad no necesita alas, lo que necesita es echar raíces…»

                                                                         Octavio Paz

Ante el panorama actual que nos presenta la realidad que nos rodea, la cotidianidad que nos refleja en niveles cualitativos el estado de nuestra sociedad, de la porción de nación que nos corresponde y cuya percepción se extiende a la entereza de nuestro país; en esa realidad que nos encontramos a diario al caminar por la calle, de la que nos hablan las imágenes expuestas en primera plana en los periódicos, impulsadas por el poder del morbo que contraría la censura sana, pero que -sin embargo- nos da evidencias de lo que de verdad ocurre; esa misma realidad de la que los noticiarios nos dan la crónica, en donde son siempre comunes los temas como la corrupción en los sistemas políticos, la lucha partidista en que cada grupo «tira para su lado» buscando más sus intereses organizacionales que los de la masa poblacional a la que dicen representar, las manifestaciones de determinados grupos -sindicales en su mayoría- que pugnan por lo que prescriben en para sus gremios sin importar la problemática colateral en que puedan afectar, y de manera más peculiar en estos tiempos últimos, la lucha entre el crimen organizado y el gobierno, tal cual lucha antagónica en que el sector criminal parece competir a la par en poderío contra la autoridad vigente. Y así se resume, a grandes rasgos, la tragedia mexicana donde hijos de una misma patria pelean el uno contra el otro, en palabras de Octavio Paz «el mexicano contra el mexicano».

Si bien en nuestra historia se encuentra el registro de las numerosas batallas con fuerzas extranjeras que procuraban extender su dominio por encima de nuestra soberanía, fue también importante la influencia que la lucha externa por el poder (entre conservadores y liberales) dejó para la posteridad de nuestro país, misma a la que nosotros llamamos «nuestro presente», podemos incluso afirmar que los mayores estragos históricos no fueron por acción de las intervenciones extranjeras, sino por la lucha de intereses internos. La base de la problemática descrita al inicio es prácticamente la misma que la señalada ahora, pero con la peculiaridad de que ya no es por la dualidad entre conservadurismo y liberalismo, ni ya tanto por la brecha entre la clase política y el sector social común, sino por los distintos y multiplicados estratos presentes en la panorámica de nuestro país, cada uno con su ideal, con su lucha, con su interés que no ve más allá, que carece de sentido de pertenencia al conjunto de que forma parte por naturaleza, que ha perdido su mexicanidad, porque

son maestros, trabajadores, políticos, cárteles, organizaciones, son de todo, pero no mexicanos.

Y ante todo esto surgen varias preguntas, ¿Qué fue lo que pasó? ¿Cómo llegamos aquí? ¿En qué momento caímos? ¿Cuándo perdimos el rumbo -en caso de que alguna vez lo hayamos tenido fijo?, para desembocar en la pregunta más urgente, pues lo que requerimos es una solución: ¿Qué podemos hacer?

Hasta hace poco tiempo, con la cierta inestabilidad política que se vivió ante el regreso del PRI al poder ejecutivo, sonaba por diversas partes las opiniones -en su mayoría empapadas de un pseudonacionalismo irracional- que pedían una revolución, teniendo en esta la solución a los problemas sociales de nuestro país -algunos más extremos, arrebatados, confundiendo el patriotismo heroico con la impulsividad- , acaso porque ignoran las condiciones que se vivieron en la Revolución y en lo posterior a ella. Así mismo, el testimonio que nos ofrecen las naciones en periodo de revolución en este siglo, nos sirven para descartar lo que tenido por solución conllevaría a mayor desestabilidad: la revolución, y sobre todo la revolución armada, no es el camino por el que saldremos de este laberinto.

¿Y qué, pues, nos queda? Porque recurrir a las instituciones se reduce a perpetuar las mismas condiciones, ya por su ineficacia, ya por la desconfianza que dichos sistemas nos inspiran.

¿Qué nos queda? Si lo que queremos es erradicar un determinado problema, debemos -como de común se aconseja- ir al inicio del mismo, a la raíz, derribar los pies para que el cuerpo todo se desplome. En esta dirección, hay que identificar que el problema no es la tierra ni el ideal, pues, no es México el objeto, sino los que conforman México, pues, los mexicanos.

La única solución que yo encuentro es la educación.

Recordemos que entre la sociedad y la educación existe una relación bidireccional de interdependencia mutua, en la que la sociedad demarca cuál es el modelo de formación que requiere en el individuo -según las necesidades sociales-, y la educación forma a quienes formarán la sociedad, y así circularmente. No es necesario volver aquí a escribir las características de la sociedad de la que se desprenden sus necesidades, a las que la educación debe responder por la relación descrita. Un modelo educativo situado, hecho a la medida de México, de sus demandas, no ya uno importado cuyo nacimiento y naturaleza han sido dadas por las condiciones del lugar en que surgió.

Es a través de la educación como será posible el profundo cambio que de una manera u otra anida en el deseo, igualmente profundo, del corazón mexicano en su conjunto, del de todos y de cada uno. Pero este cambio debe surgir desde la educación misma, pues dada la bidireccionalidad de la relación, los errores entre uno y otro pueden perpetuarse en el circulo vicioso de que venimos viviendo desde ya hace varios años. Debe entonces ser una educación transformada y transformadora, cuestionarse desde sus pilares, desde el basamento, estudiar la tierra en que se asentará y las condiciones de la misma, sólo así se construirá sobre firme, plantando en la fertilidad que permitirá a las ramas, principalmente la de la cultura y el humanismo mexicano, extenderse tanto como lo permitan los anhelos, mismos que vienen ya contenidos en la semilla del mexicanismo, esa de la que brotó la flor en las fibras del corazón vibrante de un José Vasconcelos, un Samuel Ramos, un Octavio Paz…

Sólo así nuestro México dejará de ser nóumeno para volverse fenómeno, dejará de volar el águila entre la quimera y la ilusión demagógica para asentarse en el discurso verdadero de la historia actual.

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